sábado, agosto 28, 2021
Un día pasarás
lunes, agosto 23, 2021
Desear y Creer
¿Por qué reza usted?
¿Por
qué estudia usted?
¿Por
qué compra usted un pasaje de avión?
¿Por
qué compra usted un billete de lotería?
¿Por
qué hace lo que hace?
Si
a diferentes personas hiciera éstas o parecidas preguntas, encontraría también respuestas
diferentes. Pero todas sinónimas de una sola: “El deseo de lograr algo en la
vida.”
Siendo
esto tan obvio, siendo que todos deseamos obtener algo, ¿por qué no desear el éxito
en su forma amplia y verdadera?
¿Por
qué solo se pide satisfacción de una necesidad, el logro de una ambición, y no,
el éxito en la vida?
La
respuesta tal vez esté en que no sabemos desear. Solo deseamos el dinero cuando
estamos necesitados de él. Solo deseamos la felicidad cuando nos aflige una
pena. Solo rezamos cuando tenemos la necesidad concreta de pedir a Dios.
Pero cuando ningún mal nos ataca de cerca, vegetamos en las diarias labores de nuestra vida sin desear nunca nada y sobre todo sin hacer nada constructivo para lograr cuanto anhelamos. ♥︎
Revista Sembradores
El verdadero sentido de la vida
Viktor Frankl, en el VI Congreso Internacional de Logoterapia (Buenos aires, septiembre de 1987), dijo: “el hombre está caracterizado, desde sus orígenes, por la búsqueda del sentido para su vida”. Hay que construir en nosotros “un impulso” que nos lleve a la superación de nuestro “egoísmo”. Se trata de la auto trascendencia, es decir, vivir por algo más que por nosotros mismos. La auto trascendencia es la esencia de la existencia humana. Hay que auto trascenderse para alcanzar los valores.
Cuanto
más se olvide el hombre de sí mismo, entregándose a una persona o a una causa, más
humano se vuelve. Cuanto más inmerso está en alguien o en algo diverso de él,
es más hombre.
¡Cuántas
personas vencieron la depresión porque encontraron en el trabajo el sentido de
sus vidas! Es muy raro ver deprimido o hastiado a un hombre que tiene a alguien
o algo por quien vivir. En el hombre, igualmente, un impulso de auto
trascendencia a Dios, el infinito. Para llegar a él tiene que auto trascenderse,
Dios es el único ser capaz de llevar al hombre a la perfecta y completa
realización
de sí mismo.
Las
causas del vacío interior, de angustia existencial, de sentido de la vida se
pueden reducir a dos:
1)
la pérdida del instinto y
2)
la pérdida de la tradición.
Contrariamente
a lo que sucede con los animales, los instintos no le indican al hombre lo que hay
que hacer. Al hombre de nuestro tiempo, la tradición no lo dice lo que debe
hacer. Con frecuencia, tenemos la sensación de que el hombre no sabe lo que
realmente quiere, porque va en busca de lo que los demás hacen, desea lo que ve
en los demás, quiere lo que los demás quieren. La gran enfermedad de nuestro
tiempo es la carencia de objetivos, el aburrimiento, la falta de sentido.
Ignoramos lo que queremos. No sabemos lo que sentimos. Nos faltan intereses inmediatos,
valores que nos motiven. Carecemos de objetivos claros. No somos hombres de ideales.
¡Muchas
veces experimentamos profundos sentimientos de hastío y vaciedad, de desamparo
e insatisfacción creciente que se trasforman en verdadera angustia! Son
frecuentes los casos de personas en cuyas vidas, aparénteme ordenadas, se
filtran, sin causa conocida, ansiedades difusas, sentimientos de vacío,
tendencias depresivas y estados permanentes de tensión.
El
asco y la tristeza hacen su aparición en nuestras vidas, cuando hacemos las
cosas por rutina, por hacerlas simplemente, cuando nos guían las apariencias y
no el conocimiento de lo que somos y hacemos, cuando no damos un paso para
mejorar nuestra conducta, nuestros modos de pensar, nuestras costumbres.
La neurosis del hastío es la neurosis de nuestro tiempo. El punto clave para destruirla es sencillo: adoptar un modo particular de lucha con ella, de manejarla y trabajarla. El algunas ocasiones los resultados positivos obtenidos no son completos. Esto se debe, sobre todo, a que ciertas personas no tienen el valor de enfrentarse a las situaciones, o no están dispuestas a asumir todas las responsabilidades de su vida.
En otros casos, los resultados positivos son completos. Cuando las personas se sienten motivadas para enfrentar los problemas, y dan los pasos necesarios para mejorar sus actitudes, el crecimiento es total en la vida familiar, en la vida espiritual y en los valores. Muchas veces las personas no enfrentan sus problemas y los proyectan en los demás. Entonces, los demás pasan a ser los culpables de sus problemas. Huir de sí mismos, no enfrentar los problemas existenciales y las inquietudes, aumentan el vacío y la falta de sentido de la vida.
La
falta de sentido de nuestra vida
Dar
sentido a nuestra vida es pensar, sentir y obrar por nosotros mismos, por el
dictamen de nuestra razón y nuestra conciencia. No esperar la canción, el tema
musical del momento o el “reality” que nos ayude a olvidarnos y a alejarnos más
de nosotros mismos. Tenemos que aprender a distraernos pero en el verdadero
sentido de la palabra, distraernos no de nosotros sino de la cotidianeidad, de
nuestras labores diarias. Dar sentido a nuestra vida es un motivo para ser
felices y hacer felices a los demás. Es elevar nuestra mirada y reconocernos
como criaturas maravillosas dando gracias al Creador por todos nuestros dones;
hasta por el sufrimiento que nos hace fuertes y nos ayuda a comprender y a
madurar. ♥︎
Revista Sembradores
Hacer el bien, ¡qué buen negocio!
El obrar ético o sea el deber de promover el bien, evitando y luchando contra el mal, es un postulado, un presupuesto indispensable de la convivencia humana. Pero, ¿cuándo un comportamiento es ético? ¿Cuándo se puede decir que se obra bien? ¿Cuándo se puede afirmar que algo es malo para mí o para la humanidad?
Todo ser humano debe tener claridad ética, debe encontrar para estos interrogantes, respuestas que satisfagan sus convicciones con base en razones objetivas y que al mismo tiempo sean aplicables universalmente.
Sócrates fundamentó su ética en el conocimiento. La sabiduría es la mayor virtud y la ignorancia el peor vicio.
Agustín de Hipona puso sus bases en el amor: “Ama y haz lo que quieras”.
Kant la fundamentó en el deber, y enuncia dos imperativos categóricos universales a saber: “Obra de tal manera que tu forma de obrar pueda convertirse en norma universal”, y “obra de tal manera que lo humano sea para ti siempre un fin, nunca un medio”.
Para algunos obrar bien consiste en obrar de acuerdo con la propia conciencia. Para otros seguir los propios deseos: el deseo es la medida del valor, no el valor la medida del deseo. No deseo algo porque es bueno sino que es bueno cabalmente porque lo deseo.
Nietzsche dirá que el valor tiene su origen en la voluntad de poder del hombre. Schopenhauer afirmará que el primer valor es la buena fe.
Para otros el criterio de valor es el interés: algo adquiere valor cuando es objeto de interés para alguien.
Encuentran otros el fundamento de la ética en la respuesta a los deseos humanos de placer. Es bueno aquello que produce placer y malo aquello que produce dolor. Buenos es aquello que gusta y malo aquello que disgusta.
Para otros el obrar bien se identifica con la búsqueda de hacer feliz al mayor número. Una sociedad buena es una sociedad promotora de la felicidad máxima posible para el mayor número posible.
Cimientan otros la moral en la efectividad. Bueno es aquello que produce buenos resultados. El criterio de moralidad es el éxito.
Fundamentan otros su obrar ético en los mandatos de un Ser Supremo. Es Dios quien establece lo que es bueno o malo. Obedecer a Dios es la norma universal de sus conductas.
Para algunos obrar bien es seguir las normas, pautas, creencias y leyes de una sociedad o de la autoridad legítima.
Otros llegan a buscar el comportamiento moral en los genes, en la conducta animal, o en las leyes naturales de la evolución.
Todas las anteriores respuestas son insatisfactorias ya que el comportamiento ético debe ser al mismo tiempo universal, humano y condicionado por las circunstancias.
¿Dónde encontrar pues el fundamento a nuestro obrar ético? En la misma naturaleza del ser humano individual y social. La respuesta no está en mundos lejanos a nosotros sino en nuestra naturaleza misma.
Siendo el ser humano el centro y resumen de toda la realidad, el supremo criterio e ideal ético es la autorrealización del ser humano en sus dimensiones personales y sociales.
Siguiendo a Spinosa, “en lo que sigue entenderemos por bueno aquello que sabemos con seguridad que es un medio para acercarse más a la naturaleza humana; por malo aquello que sabemos con seguridad que es un obstáculo para ello”. Seremos tanto mejores cuanto nuestra existencia se acerque más a nuestra esencia.
Siguiendo a Erich Fromm, diremos que “el bien consiste en transformar nuestra existencia en una aproximación cada vez mayor de nuestra esencia; el mal es una separación cada vez mayor entre existencia y esencia; mal es sinónimo de inhumanidad, es la pérdida que de sí mismo sufre el hombre en el intento de escapar la carga y el reto de su esencia humana”.
El mayor deber del hombre es llegar a ser él mismo, ser responsable de la propia existencia, y serlo al máximo, desterrando la mediocridad.
El mayor de los vicios es la irresponsabilidad consigo mismo y con los demás. La mayor virtud es asumir con responsabilidad la propia existencia como un compromiso de excelencia consigo mismo y con la humanidad.
Bueno es aquello que contribuye a realizar las potencialidades humanas y fomentar la vida. Malo es aquello que apaga la vida o frustra las aspiraciones humanas. Una sociedad es tanto mejor cuanto más aprecia la vida, la respeta y la favorece. Una sociedad que no ame la vida y todo lo humano está en fatal decadencia.
El primer bien es el fomento de la vida en sus dimensiones biológicas, sicológicas y sociales.
Pero ellos no basta. Siendo el ser humano además de un ser viviente un ser consciente y libre, morir como seres humanos es renunciar a pensar, a crear, a proponer, a criticar; ser credulones, hipotecar nuestro pensamiento al pensamiento de otros; renunciar por miedo o indiferencia o facilidad a decidir, entregando como borregos nuestras decisiones a la voluntad de otros.
El ser humano por esencia anhela también el amor y la solidaridad. A veces el ser humano odia, sin embargo nunca anhela odiar, en cambio si aspira amar. El egoísmo es antihumano y antiético; la solidaridad es una virtud humana.
El ser humano está por naturaleza llamado a la libertad. Obra mal y renuncia a ser humano quien renuncia a ejercer su limitada libertad. Es mala una sociedad donde los seres humanos no puedan decidir sobre su propio destino.
La ética está pues escrita en la misma naturaleza humana. Obrar bien es ser auténticamente humanos; obrar el mal es andar en contravía de la humanidad. ♥︎
Revista Sembradores
miércoles, agosto 18, 2021
El tiempo, mi amigo
Reflexionemos sobre uno de los mejores factores de éxito y felicidad de nosotros los humanos: “El tiempo, mi amigo”.
Los tratadistas sobre el tema del tiempo lo definen de diferentes maneras, pero una de las que más me agrada es la atribuida a ese gran inventor y líder que fue Benjamín franklin, quien dijo: “El tiempo es el material del que está hecha la vida”, desde el momento de la concepción hasta la muerte.
Es esa gran oportunidad que nos brinda el Creador para ejercer nuestro libre albedrío a través de la acción, de manera tal que podríamos afirmar que: administrar el tiempo es administrar nuestra vida, es decir que la calidad de vida que tenemos depende de la buena o la mala administración que le demos a nuestro tiempo.
El tiempo es también relativo respecto a la manera como lo medimos:
a) Cuando se mide con relación al disfrute y al
placer que proporciona (para los griegos es proporcionado por el dios kairos).
b) Cuando se mide con relación a lo que
producimos (dios kronos de la mitología griega).
En el pasado, y aún hoy día, en pueblos alejados del abrumador ritmo de los grandes centros urbanos, el tiempo se mide por el placer que produce su lento transcurrir a medida que se realizan las labores. Cuando se le preguntaba a un campesino que emprendía su viaje al próximo pueblo: ¿a qué distancia quedaba éste? Él respondía con alegría en su corazón: “Está a un tabaquito de distancia.” Es decir, el tiempo que duraba disfrutando el fumarse un cigarro.
En el pasado remoto se comenzó por medir el tiempo por el sol, después por el reloj de arena y posteriormente por los relojes mecánicos, que inicialmente solo controlaban las horas, después los minutos hasta llegar a los segundos, lo que a su vez permitió poner mayor énfasis en la productividad por unidad de tiempo, y se iba desestimando el disfrute y la felicidad que del mismo podría obtenerse, hasta llegar hoy día en las grandes urbes a considerar “lo corto del tiempo” como un generador de estrés.
Vale la pena en este punto recordar dichos cotidianos tan comunes como: “No me alcanza el tiempo”. “El tiempo pasa muy deprisa”. “No tengo el suficiente tiempo para hacer mis cosas por eso debo afanarme y correr”. “Me hace falta tiempo para descansar”. “Cuanto daría por tener una semana libre”. “Debo ahorrar tiempo”. “Estoy gastando mucho tiempo”, entre otras…
Los anteriores dichos en su sabiduría popular nos hacen reflexionar y recordar que contamos con todo el tiempo disponible: 24 horas cada día, y que el tiempo no pasa, sino que somos nosotros los que pasamos, que no puede ahorrarse, pero sí desperdiciarse con frecuencia y que es nuestro deber mejorar su administración.
La gran realidad es que nuestro éxito y felicidad en la vida dependen de nuestra habilidad para administrar bien este recurso no renovable que es el tiempo, el cual “pasa sin prisa, pero sin pausa”.
Hoy en día el reto que se nos presenta consiste en ser productivos laboralmente y al mismo tiempo disfrutar del placer del trabajo y el de vivir nuestra vida, administrando nuestro tiempo en las diferentes áreas de nuestro equilibrio vital: producción de calidad más satisfacción personal (armonía entre kronos y kairos).
Esto requiere planear y organizar la utilización de nuestro tiempo con la Inteligencia Genial que sugería Leonardo Da Vinci: sacando tiempo para cuidar:
1) Tu salud,
2) Tu familia,
3) Tu trabajo y dinero,
4) Tu intelecto y
5) Tu espíritu (trascendencia y holismo).
Afortunadamente hoy en día contamos con suficiente bibliografía, instrumentos de alta tecnología y seminarios talleres que nos permiten mejorar nuestras habilidades para auto administrar nuestro tiempo y nuestra vida, combinando las enseñanzas mitológicas de kronos y kairos, lo que nos proporciona un presente y un futuro más abundante, próspero y feliz.
Les deseo muchos éxitos, felicidad y la oportunidad de reflexionar sobre su gran amigo: el tiempo. ♥︎
Revista Sembradores
jueves, agosto 12, 2021
O servimos o se arruinan nuestras vidas
Los economistas se han quedado sin respuestas
Se han ensayado en el mundo entero todo tipo de recetas para lograr la prosperidad de las naciones: monarquía, dictadura, comunismo, capitalismo, fascismo, neoliberalismo, además de la globalización de mercados, mercados comunes, etcétera; y aun cuando algunas naciones han logrado la prosperidad, el deterioro de su tejido social ha sido lamentable. Por ejemplo, en el país "más rico" del planeta, los Estados Unidos de América, con el arsenal bélico más poderoso, la principal fuerza exportadora internacional, con un mercado de consumo incomparable por la capacidad de compra de sus habitantes, éstos —parece ser, por lo espeluznante de sus estadísticas de asesinatos, violencia, 1% de sus ciudadanos en las cárceles, el abandono de los niños, la desintegración familiar, en fin— no son los más felices del planeta. La conclusión: sus habitantes no sólo lograron sobrevivir, sino que han alcanzado una súper vida material; pero su esencia espiritual la olvidaron, a tal grado, que su capacidad de consumo ha consumido su esencia humana. Si observamos las condiciones de las naciones más ricas del mundo, tanto en América como en Asia y Europa, las conclusiones son similares. Si, por otra parte, analizamos a los países pobres, presenciamos el caos producido por el narcotráfico, la corrupción, la destrucción de los ecosistemas, la devastación de sus recursos naturales, en fin, realidades no menos dolorosas que las de los países prósperos.
En el tercer milenio de nuestra era, las cifras de la condición humana son alarmantes: tres cuartas partes de la humanidad viven en la pobreza; el Banco Mundial calcula que mil doscientos millones sobreviven con menos de un dólar al día. Nada más con el valor de la basura que arrojan diariamente los habitantes de Estados Unidos, lograrían sobrevivir 50 millones de seres humanos; 35 mil niños mueren diariamente en el mundo, tenemos el equivalente a un Hiroshima cada 3 días; de cada 100 latinoamericanos 63 viven en la miseria; cada 90 segundos se invierte un millón de dólares en armamento. La aberrante realidad nos muestra que para alimentar anualmente a todos los niños miserables del planeta se requieren aproximadamente 25 mil millones de dólares: la mitad de lo que gastan los países desarrollados en cigarrillos.
Si la realidad es tan terrible, sería una locura no intentar cambiarla. El ser humano tiene el talento de hacerse, deshacerse y rehacerse. Muchas veces nos hemos equivocado y el error representa la oportunidad de aprender y de corregir el rumbo; seguramente cuando incurrimos en él “ignorábamos que estábamos equivocados” y de no haberlo intentado nos habríamos privado de la oportunidad de aprender para evolucionar.
La sabiduría se adquiere a través de la experiencia, éxitos y fracasos debidamente asimilados. Contexto significa lo entretejido y nosotros somos el resultado de ese entretejido. En el pasado, la humanidad ha evolucionado gracias a los errores y aciertos logrados; no es ninguna casualidad que hoy tengamos mayor longevidad, más rapidez en la comunicación o nos traslademos geográficamente a velocidades vertiginosas. En fin, podemos estar ciertos de que el mundo ha evolucionado positivamente, aun cuando estemos viviendo en muchas partes del mundo cuadros dantescos de miseria y abandono.
Las soluciones no se encuentran en los sistemas económicos sino en las conductas humanas. La realidad nos ha confrontado con una verdad irrefutable: el gran enemigo a vencer está dentro de nosotros mismos; la auténtica crisis es una crisis de valores. En el ser humano están el problema y la solución. Nos hemos topado de frente con antivalores que en otro tiempo creímos que eran valores: la esclavitud, el feudalismo, las monarquías, el poder absoluto de las iglesias. Hemos tenido que transitar por caminos equivocados para saber que efectivamente lo eran y también los aciertos nos han conducido a descubrir valores que de hecho son principios naturales universales: el derecho a la vida, la libertad, la justicia, y muchos más que nos permiten vivir mejor hoy que en el pasado. Si deseamos modificar la realidad actual y aspirar a erradicar los grandes detractores de la humanidad como la miseria, la ignorancia, guerras, abandono, narcotráfico, explotación irracional de la naturaleza y del ser humano, tendrá que ir al fondo del problema: producir una auténtica revolución espiritual, provocar un renacimiento moral y luchar por cambiar, con valores, el fondo de la persona. Nadie puede dar lo que no tiene. No podemos pedir honestidad, veracidad, generosidad, lealtad, si antes no hemos sembrado profundamente estas verdades y valores universales en el espíritu humano.
Una aldea, un pueblo, una nación y el mundo cambian cuando en forma individual cada habitante opera el cambio. La auténtica educación moral, como anotaba Aristóteles, se logra con hábitos morales superiores. No podemos esperar en la actualidad que esta educación sea solamente a nivel familiar, la cual, por supuesto, es fundamental; pero la realidad supera a la teoría. ¿Cómo llevar estos valores a las familias desintegradas, a los huérfanos, a quienes tuvieron por progenitores seres deformes moralmente? El cuestionamiento es ¿cómo llegar masivamente a una educación superior en valores? El reto está en los medios de comunicación, esos mismos medios que han derrumbado muros y sistemas. Mediante la difusión atractiva, convincente y seductora de que es posible vivir mejor si nos conducimos de acuerdo con la práctica de virtudes morales. Se requiere, por supuesto, de una abundante generación de líderes en todos los ámbitos: en lo político, social, religioso, cultural, deportivo, educativo; que abarquen todos los campos de la actividad humana, y para ello, el compromiso de quienes estamos conscientes de esta solución, es contribuir a forjar esta nueva generación de líderes con valores de orden superior, conscientes de que no existe acción pequeña para lograrlo. Ésta es la razón por la cual se ha escrito esta obra, aportar un esfuerzo más para lograr el sueño de forjar un mundo más justo y humano.
Los valores se convierten en virtudes cuando logramos aterrizar el valor en acción. Para que la práctica del valor sea una realidad, el desafío es encontrar cómo traducir la teoría en práctica cotidiana. El contenido de esta parte se ha estructurado con metáforas, pequeños relatos inspirados en situaciones reales, producto de la observación y de anécdotas narradas, muchas de ellas, por sus propios protagonistas. Por razones obvias no citamos sus nombres para no crearles ningún tipo de compromiso, pues, así como algunos relatos ilustran virtudes, otros son ejemplo claro de los antivalores. El hombre verdaderamente inteligente aprende tanto del éxito como del fracaso. ♥︎
Miguel Ángel Cornejo y Rosado