El obrar ético o sea el deber de promover el bien, evitando y luchando contra el mal, es un postulado, un presupuesto indispensable de la convivencia humana. Pero, ¿cuándo un comportamiento es ético? ¿Cuándo se puede decir que se obra bien? ¿Cuándo se puede afirmar que algo es malo para mí o para la humanidad?
Todo ser humano debe tener claridad ética, debe encontrar para estos interrogantes, respuestas que satisfagan sus convicciones con base en razones objetivas y que al mismo tiempo sean aplicables universalmente.
Sócrates fundamentó su ética en el conocimiento. La sabiduría es la mayor virtud y la ignorancia el peor vicio.
Agustín de Hipona puso sus bases en el amor: “Ama y haz lo que quieras”.
Kant la fundamentó en el deber, y enuncia dos imperativos categóricos universales a saber: “Obra de tal manera que tu forma de obrar pueda convertirse en norma universal”, y “obra de tal manera que lo humano sea para ti siempre un fin, nunca un medio”.
Para algunos obrar bien consiste en obrar de acuerdo con la propia conciencia. Para otros seguir los propios deseos: el deseo es la medida del valor, no el valor la medida del deseo. No deseo algo porque es bueno sino que es bueno cabalmente porque lo deseo.
Nietzsche dirá que el valor tiene su origen en la voluntad de poder del hombre. Schopenhauer afirmará que el primer valor es la buena fe.
Para otros el criterio de valor es el interés: algo adquiere valor cuando es objeto de interés para alguien.
Encuentran otros el fundamento de la ética en la respuesta a los deseos humanos de placer. Es bueno aquello que produce placer y malo aquello que produce dolor. Buenos es aquello que gusta y malo aquello que disgusta.
Para otros el obrar bien se identifica con la búsqueda de hacer feliz al mayor número. Una sociedad buena es una sociedad promotora de la felicidad máxima posible para el mayor número posible.
Cimientan otros la moral en la efectividad. Bueno es aquello que produce buenos resultados. El criterio de moralidad es el éxito.
Fundamentan otros su obrar ético en los mandatos de un Ser Supremo. Es Dios quien establece lo que es bueno o malo. Obedecer a Dios es la norma universal de sus conductas.
Para algunos obrar bien es seguir las normas, pautas, creencias y leyes de una sociedad o de la autoridad legítima.
Otros llegan a buscar el comportamiento moral en los genes, en la conducta animal, o en las leyes naturales de la evolución.
Todas las anteriores respuestas son insatisfactorias ya que el comportamiento ético debe ser al mismo tiempo universal, humano y condicionado por las circunstancias.
¿Dónde encontrar pues el fundamento a nuestro obrar ético? En la misma naturaleza del ser humano individual y social. La respuesta no está en mundos lejanos a nosotros sino en nuestra naturaleza misma.
Siendo el ser humano el centro y resumen de toda la realidad, el supremo criterio e ideal ético es la autorrealización del ser humano en sus dimensiones personales y sociales.
Siguiendo a Spinosa, “en lo que sigue entenderemos por bueno aquello que sabemos con seguridad que es un medio para acercarse más a la naturaleza humana; por malo aquello que sabemos con seguridad que es un obstáculo para ello”. Seremos tanto mejores cuanto nuestra existencia se acerque más a nuestra esencia.
Siguiendo a Erich Fromm, diremos que “el bien consiste en transformar nuestra existencia en una aproximación cada vez mayor de nuestra esencia; el mal es una separación cada vez mayor entre existencia y esencia; mal es sinónimo de inhumanidad, es la pérdida que de sí mismo sufre el hombre en el intento de escapar la carga y el reto de su esencia humana”.
El mayor deber del hombre es llegar a ser él mismo, ser responsable de la propia existencia, y serlo al máximo, desterrando la mediocridad.
El mayor de los vicios es la irresponsabilidad consigo mismo y con los demás. La mayor virtud es asumir con responsabilidad la propia existencia como un compromiso de excelencia consigo mismo y con la humanidad.
Bueno es aquello que contribuye a realizar las potencialidades humanas y fomentar la vida. Malo es aquello que apaga la vida o frustra las aspiraciones humanas. Una sociedad es tanto mejor cuanto más aprecia la vida, la respeta y la favorece. Una sociedad que no ame la vida y todo lo humano está en fatal decadencia.
El primer bien es el fomento de la vida en sus dimensiones biológicas, sicológicas y sociales.
Pero ellos no basta. Siendo el ser humano además de un ser viviente un ser consciente y libre, morir como seres humanos es renunciar a pensar, a crear, a proponer, a criticar; ser credulones, hipotecar nuestro pensamiento al pensamiento de otros; renunciar por miedo o indiferencia o facilidad a decidir, entregando como borregos nuestras decisiones a la voluntad de otros.
El ser humano por esencia anhela también el amor y la solidaridad. A veces el ser humano odia, sin embargo nunca anhela odiar, en cambio si aspira amar. El egoísmo es antihumano y antiético; la solidaridad es una virtud humana.
El ser humano está por naturaleza llamado a la libertad. Obra mal y renuncia a ser humano quien renuncia a ejercer su limitada libertad. Es mala una sociedad donde los seres humanos no puedan decidir sobre su propio destino.
La ética está pues escrita en la misma naturaleza humana. Obrar bien es ser auténticamente humanos; obrar el mal es andar en contravía de la humanidad. ♥︎
Revista Sembradores