lunes, mayo 15, 2023
La Fábula del Ratón Intrépido: Descubre el Poder de la Armonía Interior para Conquistar tus Miedos y Alcanzar el Éxito
lunes, julio 12, 2021
Pecados modernos
Llamo pecado a todo atentado contra la vida. Pecado es toda actitud o acción que va en contravía de la calidad o existencia de la vida, tanto personal como social; es todo aquello que impide gozar, compartir, disfrutar, alegrarse, soñar, construirse, ser, experimentar, expresarse, existir, emocionarse, comunicarse, relacionarse.
Antiguamente
muchos pecados fueron considerados virtudes como la humildad, la obediencia, la
castidad, la mortificación. Entre tanto, se tenía por pecados comportamientos
virtuosos como el inconformismo, el orgullo, el amor a sí mismo, la sexualidad,
y en general todo aquello que iba unido al placer.
En
todas las épocas se ha pretendido anular la conciencia de pecado, transformando
los vicios en virtudes. Así en nuestros tiempos, donde la vida no vive, o lo
que es lo mismo, en nuestro mundo pecaminoso, se pretende desterrar la
conciencia de pecado, por el eficaz camino de convertir en virtudes pecados
como la laboriosidad, la productividad, el prestigio, la competición, la ambición.
Siguiendo
la tradición, los pecados se dividen en mortales y veniales, según disminuyan o
acaben con las energías de vivir. Enuncio aquí solamente aquellos pecados
mortales, característicos de la existencia moderna.
La
laboriosidad: el estar siempre
ocupados en algo, fue ya detectado por Marco Aurelio como un mortal enemigo de
la vida. Consiste este pecado en no tener o encontrar tiempo sino para el
trabajo, olvidando el ocio y las relaciones sociales. En la vida moderna, la
“ocupación” se ha aumentado y diversificado. El mundo se ha convertido en un
centro de negocios, de industrias, de empresas, no en un lugar de vida; los
seres humanos en un conjunto de funcionarios, burócratas, empleados, jefes,
subalternos, trabajadores, negociantes, clientes, compradores, vendedores, que no
tienen tiempo para ser personas, para vivir su vida, para convivir, para
dedicar gratuitamente tiempo a sí mismos y a los demás. “no tenemos tiempo,
estamos ocupados”. Tal situación hace del ser humano un alienado o distraído,
incapaz e indiferente respecto a las verdaderas decisiones sobre su propia
vida. Todo es negocio. Aquello que no es “rentable” carece de importancia.
Hemos perdido así nuestra autonomía; no somos personas, no nos conducimos,
somos llevados por la anónima e inconsciente corriente de la actividad impuesta
por otros o por las circunstancias. No somos; parecemos, hacemos o tenemos.
La
agitación: no solamente vivimos
“ocupados”, vivimos “preocupados”; no sólo hacemos sino que anticipamos en
nuestras mentes aquello que después “tenemos” que hacer. No solamente agitamos
nuestros cuerpos sino nuestras mentes y corazones. Tal situación lleva a la angustia
vital, a la incapacidad de descansar y de serenarse. La vida otrora tenía otros
problemas y limitaciones, pero se vivía más serenamente. Hoy no comemos sino
engullimos, no saboreamos sino mordemos, no sólo nuestros alimentos, también nuestras vidas.
La
comodidad: en todo se busca no
lo mejor sino lo más fácil. Desde pequeños la educación consiste en quitarnos
todo obstáculo, toda capacidad y posibilidad de esforzarnos. En lugar de hacernos
fuertes nos hicimos débiles, cobardes, temerosos y pusilánimes. Nos volvimos
incapaces de sacrifico. Esta incapacidad de riesgo y de sacrificio nos quita
demasiadas posibilidades de gozar la vida, estrecha nuestro campo “experiencial”,
genera injustificado dolor, tristeza, aburrimiento y temor ya que todo se torna
difícil y problemático.
La
ambición: la existencia humana
ha estado rodeada siempre de la ambición de poder, de prestigio y de posesión.
Por hoy, sobre todo ésta última, reviste un cariz suicida. El deseo de poseer muchas
cosas nos ha vuelto cosas y está acabando con nuestra libertad. No decidimos,
las cosas deciden por nosotros. Ellas nos “fascinan” más que el amor, la
relación, la tranquilidad, el compartir.
Incapaces de
sacrificarnos por los demás, todo lo sacrificamos al poseer. Paradójicamente
nunca estamos contentos con lo que tenemos; no saboreamos la mantequilla
suspirando por el caviar; no disfrutamos nuestra bicicleta anhelando una moto,
ni nuestro carrito ambicionando un Porsche. Ya nada en nuestra casa es un
“recuerdo” de algo o de alguien, porque hay que cambiarlo todo de acuerdo con
la moda. Nuestros hogares parecen almacenes de cosas tal vez bellas pero
inútiles y en las cuales nada hay incorporado sino su materialidad. El
consumismo, al mismo tiempo que devasta el mundo y la naturaleza, genera un
ansia sin fin de poseer más; nos desarraiga de la vida y de la relación amorosa
con las cosas.
La competición: los demás dejaron hace tiempo de ser nuestros compañeros de
vida, tornándose en competidores y hasta en enemigos. En educación se premia a
quien brilla “sobre” los demás, no a quien “contribuye a” o “colabora con”. Las
damas ya no se visten para atraer, para agradar, para ser bellas, sino para
figurar y sobresalir entre sus contrincantes. En lugar de competir con nosotros
mismos para ser mejores, en vez de retarnos a ser cada vez más, nos retamos a
ser diferentes de los demás, a luchar contra, a no dejarnos, a ser los primeros
no los mejores. De allí nacen la envidia y los celos que nos intranquilizan,
nos hacen sufrir, matan nuestras vidas.
La búsqueda de
seguridad: así como en ciertos
aspectos de la vida somos súper irresponsables, en otros somos híper responsables.
Todo lo pretendemos prever y planificar. La búsqueda de un futuro seguro nos
impide muchas veces gozar de nuestro presente. Porque somos incapaces de vivir
en la incertidumbre nos creamos falsas certezas que nos apacigüen; somos así
víctimas no sólo de los vendedores de seguros sino también de los vendedores de
la verdad, de la salvación y de eternidad.
La anomia vital o sin
sentido: es la consecuencia de
todos los demás pecados. El salario del pecado es el aburrimiento, la saciedad,
el sentir que “nada vale la pena”. Se nos ha marchitado el alma. No sólo no sentimos
sino que nos volvimos insensibles; no solamente no experimentamos, ya no nos provoca
experimentar. La quejumbre ha ocupado el puesto del gozo; la insatisfacción el
de la fruición; la intranquilidad el de la serenidad. Nuestra vida se convirtió
en una absurda preocupación por lo fútil, en medio de un mar de sin sentido y
desesperanza.
El miedo a la opinión
pública: la autenticidad, el ser uno mismo, ha cedido
su paso al “que dirán, qué pensaran los otros”. El ser se volvió menos
importante que la imagen. Nos devaluamos aceptando a los demás como nuestros
jueces y superiores. Nos convertimos en marionetas de la opinión pública,
renunciando a nuestra libertad y dignidad. Nuestras actitudes, opiniones y comportamientos
son dictados por otros. Agachamos nuestra cabeza y claudicamos nuestro vivir ante
demasiados dictadores. Cada vez nos alejamos más de la capacidad de ser aquello
que queremos ser, y renunciamos hasta a querer. Las apariencias han ocupado el
puesto de las convicciones, la simulación el de la verdad, la hipocresía el de
la autenticidad. Todos nos volvimos “chupas” y aduladores de quienes
consideramos poderosos. Y estos son más en intensidad y número, a medida de que
nos creemos menos. ♥︎
Revista Sembradores