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lunes, agosto 23, 2021

Hacer el bien, ¡qué buen negocio!


El obrar ético o sea el deber de promover el bien, evitando y luchando contra el mal, es un postulado, un presupuesto indispensable de la convivencia humana. Pero, ¿cuándo un comportamiento es ético? ¿Cuándo se puede decir que se obra bien? ¿Cuándo se puede afirmar que algo es malo para mí o para la humanidad?

Todo ser humano debe tener claridad ética, debe encontrar para estos interrogantes, respuestas que satisfagan sus convicciones con base en razones objetivas y que al mismo tiempo sean aplicables universalmente.

Sócrates fundamentó su ética en el conocimiento. La sabiduría es la mayor virtud y la ignorancia el peor vicio.

Agustín de Hipona puso sus bases en el amor: “Ama y haz lo que quieras”.

Kant la fundamentó en el deber, y enuncia dos imperativos categóricos universales a saber: “Obra de tal manera que tu forma de obrar pueda convertirse en norma universal”, y “obra de tal manera que lo humano sea para ti siempre un fin, nunca un medio”.

Para algunos obrar bien consiste en obrar de acuerdo con la propia conciencia. Para otros seguir los propios deseos: el deseo es la medida del valor, no el valor la medida del deseo. No deseo algo porque es bueno sino que es bueno cabalmente porque lo deseo.

Nietzsche dirá que el valor tiene su origen en la voluntad de poder del hombre. Schopenhauer afirmará que el primer valor es la buena fe.

Para otros el criterio de valor es el interés: algo adquiere valor cuando es objeto de interés para alguien.

Encuentran otros el fundamento de la ética en la respuesta a los deseos humanos de placer. Es bueno aquello que produce placer y malo aquello que produce dolor. Buenos es aquello que gusta y malo aquello que disgusta.

Para otros el obrar bien se identifica con la búsqueda de hacer feliz al mayor número. Una sociedad buena es una sociedad promotora de la felicidad máxima posible para el mayor número posible.

Cimientan otros la moral en la efectividad. Bueno es aquello que produce buenos resultados. El criterio de moralidad es el éxito.

Fundamentan otros su obrar ético en los mandatos de un Ser Supremo. Es Dios quien establece lo que es bueno o malo. Obedecer a Dios es la norma universal de sus conductas.

Para algunos obrar bien es seguir las normas, pautas, creencias y leyes de una sociedad o de la autoridad legítima.

Otros llegan a buscar el comportamiento moral en los genes, en la conducta animal, o en las leyes naturales de la evolución.

Todas las anteriores respuestas son insatisfactorias ya que el comportamiento ético debe ser al mismo tiempo universal, humano y condicionado por las circunstancias.

¿Dónde encontrar pues el fundamento a nuestro obrar ético? En la misma naturaleza del ser humano individual y social. La respuesta no está en mundos lejanos a nosotros sino en nuestra naturaleza misma.

Siendo el ser humano el centro y resumen de toda la realidad, el supremo criterio e ideal ético es la autorrealización del ser humano en sus dimensiones personales y sociales.

Siguiendo a Spinosa, “en lo que sigue entenderemos por bueno aquello que sabemos con seguridad que es un medio para acercarse más a la naturaleza humana; por malo aquello que sabemos con seguridad que es un obstáculo para ello”. Seremos tanto mejores cuanto nuestra existencia se acerque más a nuestra esencia.

Siguiendo a Erich Fromm, diremos que “el bien consiste en transformar nuestra existencia en una aproximación cada vez mayor de nuestra esencia; el mal es una separación cada vez mayor entre existencia y esencia; mal es sinónimo de inhumanidad, es la pérdida que de sí mismo sufre el hombre en el intento de escapar la carga y el reto de su esencia humana”.

El mayor deber del hombre es llegar a ser él mismo, ser responsable de la propia existencia, y serlo al máximo, desterrando la mediocridad.

El mayor de los vicios es la irresponsabilidad consigo mismo y con los demás. La mayor virtud es asumir con responsabilidad la propia existencia como un compromiso de excelencia consigo mismo y con la humanidad.

Bueno es aquello que contribuye a realizar las potencialidades humanas y fomentar la vida. Malo es aquello que apaga la vida o frustra las aspiraciones humanas. Una sociedad es tanto mejor cuanto más aprecia la vida, la respeta y la favorece. Una sociedad que no ame la vida y todo lo humano está en fatal decadencia.

El primer bien es el fomento de la vida en sus dimensiones biológicas, sicológicas y sociales.

Pero ellos no basta. Siendo el ser humano además de un ser viviente un ser consciente y libre, morir como seres humanos es renunciar a pensar, a crear, a proponer, a criticar; ser credulones, hipotecar nuestro pensamiento al pensamiento de otros; renunciar por miedo o indiferencia o facilidad a decidir, entregando como borregos nuestras decisiones a la voluntad de otros.

El ser humano por esencia anhela también el amor y la solidaridad. A veces el ser humano odia, sin embargo nunca anhela odiar, en cambio si aspira amar. El egoísmo es antihumano y antiético; la solidaridad es una virtud humana.

El ser humano está por naturaleza llamado a la libertad. Obra mal y renuncia a ser humano quien renuncia a ejercer su limitada libertad. Es mala una sociedad donde los seres humanos no puedan decidir sobre su propio destino.

La ética está pues escrita en la misma naturaleza humana. Obrar bien es ser auténticamente humanos; obrar el mal es andar en contravía de la humanidad. ♥︎

Revista Sembradores 

sábado, agosto 07, 2021

¡Trabaja con excelencia!



"No hagas nada ni ofrezcas nada, si no es lo mejor que puedes dar".

 

Pon tal calidad en tu trabajo que cualquiera que llegue a encontrarse con alguna cosa que haya salido de tus manos vea en ella individualidad y marca de superioridad. Tu reputación se pone en juego en todo lo que haces, y ella es todo tu capital. Así que no te permitas desempeñar una labor deficiente o dejar que un trabajo mal hecho o inferior salga de tus manos.

Cada parte de tu trabajo, no importa lo insignificante o trivial que pueda parecer, debe llevar tu sello de excelencia. Son precisamente los pequeños toques, después de que el hombre promedio daría por terminada su labor, los que hacen la fama del maestro.

Peleemos por la calidad y no tanto porque copien nuestro nombre. Stradivarius, el gran fabricante de violines, no necesitó de ninguna patente para sus instrumentos musicales, ya que ningún otro fabricante estaba dispuesto a pagar el precio del esfuerzo que él pagaba por la excelencia ni se esmeraba a tal grado para dejar su sello de superioridad en cada instrumento. Cada Stradivarius que existe en la actualidad vale varias veces su peso en oro.

No hay nada equivalente a estar enamorado de la precisión. Tener como principio, a todo lo largo de nuestra vida, luchar siempre por la excelencia. Ninguna característica como el hábito del esmero, la meticulosidad y la precisión.

El hombre de éxito y feliz es quien desempeña su trabajo con honestidad y excelencia, y no sólo por un salario o por lo que pueda obtener a cambio.

Los ascensos dependen de ese pequeño exceso de interés y esmero que un empleado dedica a su trabajo, haciendo las cosas un poco mejor de lo que se esperaba de él.

Los jefes no dicen siempre lo que piensan, pero detectan de inmediato el sello definitivo de la superioridad. Un jefe no pierde de vista al empleado que en su persona lleva el sello de la excelencia, que se afana en su trabajo, que lo hace bien hasta terminarlo. Sabe que ese empleado tiene un futuro prometedor. Estos empleados son el semillero de nuevos empresarios, de hombres triunfadores, orgullosos y felices. Dijo Rockefeller: “el secreto del éxito está en desempeñar tareas ordinarias, extraordinariamente bien”.

Los pasos conducentes a un puesto superior se construye poco a poco, mediante el desempeño fiel de las tareas cotidianas más humildes y comunes. El éxito se oculta, precisamente, en las tareas sencillas. La oportunidad se oculta, insólitamente, en una situación común y humilde.

Triunfar no es difícil, sólo se necesita hacer las cosas un poco mejor que quienes están a nuestro alrededor. Ser un poco pulcros, un poco más rápidos, un poco más esmerados, un poco más observadores, un poco más ingeniosos, para descubrir nuevas formas progresistas. Ser un poco más corteses, un poco más agradecidos. Demostrar un poco más de afecto, un poco más de tacto, un poco más de sutileza que todos los que están a nuestro alrededor. Esto es lo que atrae el éxito, el triunfo y la felicidad.

Un trabajo bien hecho no solamente nos proporciona orgullo y seguridad, sino abundancia de bienes. ♥︎

Revista Sembradores 

viernes, julio 02, 2021

Realismo optimista

Algunos psicólogos hablan de cuatro actitudes ante la vida.

La primera actitud es la de aquellos que solo ven el bien a su alrededor. Él es bueno, los demás también lo son. Tal actitud puede provenir de la ingenuidad o de la indiferencia.

Es ingenuo creer que vivimos en un mundo donde todo marcha bien, donde no existen la pobreza, las desigualdades sociales, las enfermedades y la mala fe.

Pero tal actitud puede provenir también de la indiferencia. Algunas personas conviven con el mal y con la injusticia, dos temas de los que prefieren no hablar y mucho menos denunciar, tal vez porque no les interesa, o tal vez porque son sus usufructuarios. Las penas y los lamentos de su prójimo,  para ellos, son sólo “ganas de joder".

La segunda actitud es la de aquellos que se creen buenos pero consideran malos a todos aquellos que no se les asemejan, que no hablan, ni piensan, ni actúan como ellos.

Se trata de una posición autosuficiente, narcisista y maniquea. Son aquellos que “ven la paja en el ojo ajeno e ignoran la viga que hay en su propio ojo".

En el extremo opuesto se encuentran aquellos que viven en un continuo lamentarse por aquello que son, envidiando siempre a los demás. Su situación es siempre desesperada; la de otros es siempre mejor. Su vida es la más desgraciada. Son candidatos a la depresión. Sus vidas son estériles y dignas de compasión.

La última de las cuatro actitudes es la de aquellos que solo ven el mal por todas partes, tanto en sí mismos como en su alrededor. Son candidatos al suicidio físico y psíquico. Éstos son radicalmente pesimistas. Son los profetas del fracaso. Maldicen de la obscuridad, pero no se dedican a encender una luz. Maldicen de lo que existe, pero su negativismo les impide emprender la construcción de lo que no existe.

La actitud más sana ante la vida es el realismo optimista. Consiste en darnos cuenta y aceptar sin maldecir que la realidad en que vivimos es una mezcla de bien y de mal, de oportunidades y frustraciones, de logros y de derrotas. Trátase de una actitud no meramente contemplativa sino operativa. El mal debe ser combatido y el bien debe ser fomentando. La conciencia de nuestras limitaciones y de las dificultades no debe obnubilar la conciencia de nuestras posibilidades, ni frenar la toma de decisiones.

Es pesimista quien se sienta a llorar o maldecir sin esperanza sobre la maldad y la injusticia, quien se contenta con rasgarse las vestiduras pero no hace más nada. Es optimista realista quien denuncia el mal para construir el bien, quien critica constructivamente, quien no solo denuncia problemas sino que propone también soluciones y se compromete con ellas.

Quienes son realistas optimistas aceptan que viven en un mundo lleno de injusticias y desigualdades. Pero están convencidos de los valores y capacidad de cada ser humano. Son optimistas en el sentido de que creen posible el triunfar ante y a pesar de las dificultades; que es posible construir una patria y una sociedad mejores, y se comprometen en esa maravillosa construcción.

Los seres humanos debemos preocuparnos más por crear que por criticar; más de la vida que de la muerte; más en construir que en destruir; quejarnos menos y realizar más; pasar del lamento a la actividad creadora. ♥︎