Se han ensayado en el mundo entero todo tipo de recetas para lograr la prosperidad de las naciones: monarquía, dictadura, comunismo, capitalismo, fascismo, neoliberalismo, además de la globalización de mercados, mercados comunes, etcétera; y aun cuando algunas naciones han logrado la prosperidad, el deterioro de su tejido social ha sido lamentable. Por ejemplo, en el país "más rico" del planeta, los Estados Unidos de América, con el arsenal bélico más poderoso, la principal fuerza exportadora internacional, con un mercado de consumo incomparable por la capacidad de compra de sus habitantes, éstos —parece ser, por lo espeluznante de sus estadísticas de asesinatos, violencia, 1% de sus ciudadanos en las cárceles, el abandono de los niños, la desintegración familiar, en fin— no son los más felices del planeta. La conclusión: sus habitantes no sólo lograron sobrevivir, sino que han alcanzado una súper vida material; pero su esencia espiritual la olvidaron, a tal grado, que su capacidad de consumo ha consumido su esencia humana. Si observamos las condiciones de las naciones más ricas del mundo, tanto en América como en Asia y Europa, las conclusiones son similares. Si, por otra parte, analizamos a los países pobres, presenciamos el caos producido por el narcotráfico, la corrupción, la destrucción de los ecosistemas, la devastación de sus recursos naturales, en fin, realidades no menos dolorosas que las de los países prósperos.
En el tercer milenio de nuestra era, las cifras de la condición humana son alarmantes: tres cuartas partes de la humanidad viven en la pobreza; el Banco Mundial calcula que mil doscientos millones sobreviven con menos de un dólar al día. Nada más con el valor de la basura que arrojan diariamente los habitantes de Estados Unidos, lograrían sobrevivir 50 millones de seres humanos; 35 mil niños mueren diariamente en el mundo, tenemos el equivalente a un Hiroshima cada 3 días; de cada 100 latinoamericanos 63 viven en la miseria; cada 90 segundos se invierte un millón de dólares en armamento. La aberrante realidad nos muestra que para alimentar anualmente a todos los niños miserables del planeta se requieren aproximadamente 25 mil millones de dólares: la mitad de lo que gastan los países desarrollados en cigarrillos.
Si la realidad es tan terrible, sería una locura no intentar cambiarla. El ser humano tiene el talento de hacerse, deshacerse y rehacerse. Muchas veces nos hemos equivocado y el error representa la oportunidad de aprender y de corregir el rumbo; seguramente cuando incurrimos en él “ignorábamos que estábamos equivocados” y de no haberlo intentado nos habríamos privado de la oportunidad de aprender para evolucionar.
La sabiduría se adquiere a través de la experiencia, éxitos y fracasos debidamente asimilados. Contexto significa lo entretejido y nosotros somos el resultado de ese entretejido. En el pasado, la humanidad ha evolucionado gracias a los errores y aciertos logrados; no es ninguna casualidad que hoy tengamos mayor longevidad, más rapidez en la comunicación o nos traslademos geográficamente a velocidades vertiginosas. En fin, podemos estar ciertos de que el mundo ha evolucionado positivamente, aun cuando estemos viviendo en muchas partes del mundo cuadros dantescos de miseria y abandono.
Las soluciones no se encuentran en los sistemas económicos sino en las conductas humanas. La realidad nos ha confrontado con una verdad irrefutable: el gran enemigo a vencer está dentro de nosotros mismos; la auténtica crisis es una crisis de valores. En el ser humano están el problema y la solución. Nos hemos topado de frente con antivalores que en otro tiempo creímos que eran valores: la esclavitud, el feudalismo, las monarquías, el poder absoluto de las iglesias. Hemos tenido que transitar por caminos equivocados para saber que efectivamente lo eran y también los aciertos nos han conducido a descubrir valores que de hecho son principios naturales universales: el derecho a la vida, la libertad, la justicia, y muchos más que nos permiten vivir mejor hoy que en el pasado. Si deseamos modificar la realidad actual y aspirar a erradicar los grandes detractores de la humanidad como la miseria, la ignorancia, guerras, abandono, narcotráfico, explotación irracional de la naturaleza y del ser humano, tendrá que ir al fondo del problema: producir una auténtica revolución espiritual, provocar un renacimiento moral y luchar por cambiar, con valores, el fondo de la persona. Nadie puede dar lo que no tiene. No podemos pedir honestidad, veracidad, generosidad, lealtad, si antes no hemos sembrado profundamente estas verdades y valores universales en el espíritu humano.
Una aldea, un pueblo, una nación y el mundo cambian cuando en forma individual cada habitante opera el cambio. La auténtica educación moral, como anotaba Aristóteles, se logra con hábitos morales superiores. No podemos esperar en la actualidad que esta educación sea solamente a nivel familiar, la cual, por supuesto, es fundamental; pero la realidad supera a la teoría. ¿Cómo llevar estos valores a las familias desintegradas, a los huérfanos, a quienes tuvieron por progenitores seres deformes moralmente? El cuestionamiento es ¿cómo llegar masivamente a una educación superior en valores? El reto está en los medios de comunicación, esos mismos medios que han derrumbado muros y sistemas. Mediante la difusión atractiva, convincente y seductora de que es posible vivir mejor si nos conducimos de acuerdo con la práctica de virtudes morales. Se requiere, por supuesto, de una abundante generación de líderes en todos los ámbitos: en lo político, social, religioso, cultural, deportivo, educativo; que abarquen todos los campos de la actividad humana, y para ello, el compromiso de quienes estamos conscientes de esta solución, es contribuir a forjar esta nueva generación de líderes con valores de orden superior, conscientes de que no existe acción pequeña para lograrlo. Ésta es la razón por la cual se ha escrito esta obra, aportar un esfuerzo más para lograr el sueño de forjar un mundo más justo y humano.
Los valores se convierten en virtudes cuando logramos aterrizar el valor en acción. Para que la práctica del valor sea una realidad, el desafío es encontrar cómo traducir la teoría en práctica cotidiana. El contenido de esta parte se ha estructurado con metáforas, pequeños relatos inspirados en situaciones reales, producto de la observación y de anécdotas narradas, muchas de ellas, por sus propios protagonistas. Por razones obvias no citamos sus nombres para no crearles ningún tipo de compromiso, pues, así como algunos relatos ilustran virtudes, otros son ejemplo claro de los antivalores. El hombre verdaderamente inteligente aprende tanto del éxito como del fracaso. ♥︎
Miguel Ángel Cornejo y Rosado