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viernes, julio 09, 2021

¡El hombre nuevo!

El éxito no depende de acontecimientos que suceden en nuestro mundo exterior, sino de las decisiones que un hombre valiente toma para cambiar su mundo interior.

Si entendemos que el verdadero cambio debe ocurrir dentro de nosotros, seguramente llegaremos a experimentarlo.

Si nos dedicamos a acompañar  las acciones de quienes sueñan un mundo mejor, seguro llegaríamos más rápido a su feliz conclusión.  

Si nos dedicáramos a pintar sonrisas en las caras de quienes comparten nuestro mundo inmediato, tendríamos corazones más sanos en el hogar de La Paz.

Si pasáramos más tiempo con nuestros hijos e hijas que con nuestros teléfonos y ocupaciones, nos gozaríamos la bendición de tener una familia más humana.

Si amamos con sinceridad y nos gozamos en el acto hacerlo, lograremos justamente la prosperidad.

Si colmamos de alegría a quienes nos rodean, callados esperamos el triunfo cuando nos golpean y luchamos con fuerza en la adversidad venciendo los miedos a punta de voluntad, entonces seremos capaces de laurear nuestro existir.

Si entregamos un abrazo acompañado de un “te quiero, te quiero” seguro recibiremos a cambio un “te amo” sincero.

Si nos ocupamos más en hacer que en prometer, hallaremos en nuestros hogares anhelos de crecer.

Si acompañamos a los nuestros en su duro batallar, tendremos lindas sonrisas y motivos para celebrar.

Si convertimos nuestras tareas en fuente de inspiración, si cada cosa que hacemos la obramos con el corazón, obedeciendo al amor antes que a las razones, nuestros días sobre la tierra serán una sublime canción. ♥︎

Revista Sembradores 

jueves, julio 08, 2021

El círculo del 99

Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente que era muy feliz. Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey cantando y tarareando alegres canciones de juglares. Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vida era siempre serena y alegre. Un día el rey lo mandó a llamar.

—Paje –le dijo- ¿Cuál es el secreto?

—¿Qué secreto, Majestad?

—¿Cuál es el secreto de tu alegría?

—No hay ningún secreto, Alteza.

—No me mientas, paje. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.

—No le miento Alteza, no guardo ningún secreto.

—¿Por qué estas siempre alegre y feliz? Eh, ¿Por qué?

—Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados, y además su Alteza me premia de vez en cuando con algunas monedas para darnos algunos gustos, ¿Cómo no estar feliz?

—Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar, dijo el rey. Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.

—Pero Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo, pero no hay nada que yo esté ocultando…

—Vete, ¡vete antes de que llame al verdugo!

El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación. El rey estaba como loco. No consiguió explicarse cómo el paje estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.

—¿Por qué él es feliz?

—Ah, Majestad, lo que sucede es que él está afuera de su círculo.

—¿Fuera del círculo?

—Así es.

—¿Y eso es lo que lo hace feliz?

—No Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.

—A ver si entiendo, ¿estar en el círculo te hace infeliz?

—Así es.

—¿Y cómo se salió?

—Nunca entró Su Majestad.

—¿Qué círculo es ese?

—El círculo del 99

—Verdaderamente, no te entiendo nada.

—La única manera para que entendieras, sería mostrártelo en los hechos.

—¿Cómo?

—Haciendo entrar a tu paje en el círculo.

—¡Eso! obliguémoslo a entrar.

—No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.

—Entonces habrá que engañarlo.

—No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solito.

—¿Solito? ¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?

—Si se dará cuenta.

—¡Entonces no entrará!

—No lo podrá evitar.

—¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar en ese ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?

—Tal cual Majestad; estás dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del círculo?

—Sí.

—Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos.

—¡99! ¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso?

—Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche.

Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron, junto a la casa del paje. Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pichó un papel que decía:

“Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie como lo encontraste”.

Cuando el paje salió, el sabio y el rey espiaban, para ver lo que sucedía. El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados y cerró la puerta.

El rey y el sabio se arrimaron a la ventana para ver la escena. El sirviente había tirado todo lo que había en la bolsa sobre la mesa y dejado solo la vela. Se había sentado y había vaciado el contenido en la mesa. Sus ojos no podían creer lo que veían. ¡Era una montaña de monedas de oro! Él, que nunca había tocado una de esas monedas, tenía hoy una montaña de ellas para él. El paje las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar la luz de la vela sobre ellas. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco… y mientras sumaba 10, 20, 30, 40, 50, 60… hasta que formó la última pila: ¡9 monedas! Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una moneda más; luego en el piso y finalmente en la bolsa.

—No puede ser, pensó.

Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja.

—Me robaron –gritó-, me robaron, ¡malditos!

Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba que había 99 monedas de oro, “sólo 99”.

—99 monedas. Es mucho dinero, pensó. Pero me falta una moneda. Noventa y nueve no es un número completo –pensaba-, Cien es un número completo pero noventa y nueve, no.

El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus. El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña. Tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos.

¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien?

Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla.

Después, quizás no necesitara trabajar más. Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un hombre es rico. Con cien monedas se puede vivir tranquilo.

Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario.

Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa, en siete años reuniría el dinero. ¡Era demasiado tiempo! Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comidas todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender… Vender… Vender… Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno, para qué más de un par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.

El rey y el sabio volvieron al palacio. El paje había entrado en el círculo del 99…

Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurrieron aquella noche. Una mañana, el paje entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando de malas pulgas.

—¿Qué te pasa?, preguntó el rey de buen modo.

—Nada me pasa, nada me pasa.

—Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.

—Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría su Alteza, que fuera su bufón y su juglar también?

No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente. No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.

Ustedes y yo y todos alrededor hemos sido educados en esta psicología: siempre nos falta algo para estar completos, y sólo completos se puede gozar de lo que se tiene. Por lo tanto, nos enseñaron que la felicidad deberá esperar hasta completar lo que falta. Y como siempre nos falta algo, la idea retoma el comienzo y nunca se puede gozar de la vida. Pero, qué pasaría si la iluminación llegara a nuestras vidas y nos diéramos cuenta, así, de golpe, que nuestras 99 monedas son el cien por ciento del tesoro, que no nos falta nada, que nadie se quedó con lo nuestro, que nada tiene de más redondo cien que noventa y nueve, que todo es sólo una trampa, una zanahoria puesta frente a nosotros para que seamos tontos, para que jalemos del carro, cansados, malhumorados, infelices o resignados. Una trampa para que nunca dejemos de empujar y que todo siga igual… ¡eternamente igual!

Cuantas cosas cambiarían si pudiéramos disfrutar de nuestros tesoros tal como están.

Sé un promotor de los valores… Si nosotros no hacemos algo por cambiar nuestro entorno… ¿Quién lo hará…? ¿Qué sociedad le quieres heredar a tus hijos…? ¿Qué hijos le piensas dar a la sociedad?. ♥︎

Revista Sembradores

lunes, julio 05, 2021

MI PAREJA: un encuentro conmigo

¿Estás siendo infeliz en la relación de pareja?

Entonces, si es así revisemos qué pasa, pero empezaremos por revisar que pasa contigo, no con el otro. Porque una de las posturas que más agranda el conflicto es cuando creemos que el problema es ese otro.

La pareja realmente no tiene la posibilidad de hacerte infeliz. Ten presente que no importa lo que esté sucediendo, siempre obsérvate y revisa qué hay dentro de ti que genera esa situación. Porque, fíjate que es común observar a uno de los miembros de la pareja pidiéndole al otro un comportamiento adecuado para poder ser feliz, y cuanto más le exigimos a nuestra pareja conductas adecuadas, más revelamos nuestros vacíos como hijos. A veces esto es sorprendente y algunas personas dicen: "pero, ¿qué tiene que ver mi experiencia de hijo con mi actualidad en la pareja?" Y la verdad es que esos vacíos que tuvimos en nuestra familia nuclear inciden directamente en nuestra relación de pareja. En estos momentos podríamos recordar cuando por ejemplo sentías: “¡Mamá o Papá, no me dejes!” o “No me señalen de todo…” o cuando sentimos: “No es justo que prefieran más a mi hermano que a mí” o cuando sentíamos ante nuestros padres: “Mamá o Papá ¡nunca sabrán cuánto hice para ganarme su amor! o en el caso: “Mi papá prefirió a otra mujer más que a mi mamá y cuánto tuve que defender a mi madre de mi padre…” ¿Sabes algo?, todas estas historias y muchas más que no alcanzo a mencionarte nos vuelven a sorprender en nuestra relación de pareja, y casi son las mismas frases que hoy le repetimos: un “no me dejes, valórame, valora lo que he hecho por ti, no me cambies por nadie…”

Es bueno que sepan que en muchos casos la pareja viene a detonar todas aquellas historias ocultas, no importa cuánto quieras ocultar tu pasado o cuanto quieras obviarlo, la pareja viene a mostrar todo esto que en nosotros no ha sido resuelto. Esto me permite decirte que la infelicidad en tu relación de pareja pertenece al mundo de tus expectativas.

Hay personas que se consiguen a una pareja y creen que se encontraron con el remedio de todos sus males, al punto que se olvidan de su familia sin saber que SIN PADRES NO HAY PAREJA. Esto quiere decir que un vacío de papá, por ejemplo, para un hombre, pone en riesgo su habilidad para ser hombre de su mujer. Un hombre que rechaza las conductas de su padre está propenso a repetirlo, o una hija herida en su relación con la madre luchará mucho para mantener una relación de pareja, y frecuentemente vemos que toda hija herida de la madre será una esposa herida por su hombre. Así es que cuando renuncian a la familia por la pareja entonces convierten a la pareja en el eje de sus vidas, y esto es porque renunciamos a la responsabilidad que tenemos con nosotros mismos de seguir siendo nosotros y de velar por nuestras propias necesidades, esto sin llegar a suponer el peso en el que nos convertimos para nuestra pareja cuando comenzamos con un “ayúdame, atiéndeme, acompáñame…” y la pareja no está diseñada para resolver en nosotros este tipo de necesidades.

Aquí quiero hacer un paréntesis para recordarte que la felicidad viene de sentirnos en sintonía con la vida, y si preguntas como es estar en sintonía con la vida, debes saber que estar en sintonía también es amar todo tal cual es; que cuando descubres la utilidad de lo imperfecto entras en un respeto por lo que pasa. La vida es un gozo y cuando experimentas esa plenitud es cuando le puedes decir a tu pareja: “conozco la felicidad que viene de mí y esa es la felicidad que quiero compartir contigo, no la que vengo a exigirte,” porque el que exige en la pareja es nuestro niño interno herido; es el que reclama, el que grita, el que golpea.

De alguna manera, con todo esto, te estoy invitando a que aproveches las situaciones difíciles en tu relación de pareja para ocuparte de ti para sanarte, para que puedas hacer que tu gran conflicto de pareja se convierta en tu gran bendición.

Acompáñame en la creencia de que es posible hacer la diferencia, tú y yo somos uno. ♥︎

Dr. Alberto Chirinos

Comunicador y conductor del programa de televisión “Ser Integral”.